miércoles, 13 de abril de 2016

¡OH, CIUDAD!


Por: Tony Pina

Camino por calles y avenidas de Santo Domingo, por los pasillos de plazas comerciales; a veces almuerzo o simplemente comparto un café con algún amigo o solo, según la ocasión, y casi siempre observo a la gente con ojos de ansiedad en los anaqueles de las tiendas (tal vez comprando o, lo más probable, sólo mirando), y oigo a jóvenes y adultos quejarse de la carestía de la vida, de la inseguridad ciudadana, pero sobre todo, de la falta o carencia de los servicios básicos.

Con regularidad traslado esas mismas observaciones a los pueblos y campos que visito algún que otro fin de semana, y allí oigo el mismo grito de dolor, las mismas quejas, repetidas con la misma frecuencia que los habitantes de la ciudad.

Observar, preguntar, exige escuchar con rigurosidad. Es un imprescindible requisito en la búsqueda de cualquier detalle o investigación. El relato gráfico de la barbarie sólo se logra observando la escena del crimen, a menos que el relator sea uno más del montón. La crónica es el espejo de una escritura, debe ser concebida, si se desea lograr, como una fiel representación de la realidad social, política o cultural de un determinado espacio o lugar.
Cuando vemos, cuando escuchamos, la percepción pasa de los sentidos a la grafía del retrato.

Por ejemplo, montarse tan solo tres cuadras en una guagua de Fenatrano o de cualquier otro sindicato del transporte es vivir la más terrible experiencia que un ser humano haya vivido jamás.

Conductor y 'pitcher' (ayudante) son la más ideal combinación para configurar el mal y la barbaridad. Pueden ser de regiones o pueblos distintos, pero si se juntan, cada uno en su oficio, se convierten en cuestión de horas en seres despreciables, en bichos abominables, cuyo lenguaje es el insulto y en su sonrisa está marcada la maldad.

Los choferes de carros públicos son el típico cuadro del desastre vehicular que se vive y se sufre en Santo Domingo y en cualquier ciudad. Los carros de las diferentes rutas, a excepción de muy pocos, asemejan los mismos rostros de quienes los conducen. Ellos mismos se ufanan de decir que se ganan diariamente entre 3 y 3 mil 500 pesos, una suma que triplica el salario promedio de cualquier profesional.

Orondos, y probablemente hediondos, no se jactan de comentar: "Yo gano más que cualquier profesional"; y es verdad, ¿pero para qué les sirve el dinero a esta gente que anda siempre toda remendada.

Es la pregunta que me hago y nunca obtengo respuesta, y sé que nunca la tendré.
Santo Domingo, lo repito a diario, es una jaula llena de animales que dicen saben hablar...(Tony Pina)

0 comentarios:

Publicar un comentario