“Cerrada la universidad con el dominio de los haitianos, el espíritu filantrópico del Dr. D. Juan Vicente Moscoso (pasado rector de la academia) sufría al contemplar la juventud dominicana sin más alimento intelectual que el escasísimo que le proporcionaban las escuelas de particulares, limitadas a enseñar a leer y escribir (formar bonita letra) y a repartir rutinariamente las primeras reglas del arte de contar. En la escuela pública se enseñaba lo mismo, pero en francés, que era el idioma oficial. El Dr. Moscoso abrió, pues, una clase en su casa, y allí concurrieron unos tantos jóvenes ávidos de instrucción”, escribió el patriota.
Los grupos de mayor conciencia social e intelectual no cruzaron los brazos ante el cierre de los planteles y mantuvieron abiertas varias aulas en casas particulares y en otros espacios donde impartían docencia y discretamente se discutían ideas.
Por un período el sacerdote D. José Ma. Sigarán abrió en el convento Santa Clara un curso de latín. Otro docente voluntario fue el doctor Manuel María Valverde, quien dedicaba el poco tiempo que les dejaban sus atenciones a los enfermos a la educación de sus hijos y sumaba algunos alumnos que quisieran recibir ese beneficio, como fueron los Duarte y otros.
Tras su llegada a la parte Este, en 1838, el sacerdote Gaspar Hernández se convirtió en el mentor de los revolucionarios congregados en la sociedad secreta La Trinitaria.
Hernández impartía sus clases durante cuatro horas en la mañana, con “marcado placer”, en la sacristía del convento Regina Angelorum, donde se debatían también ideas políticas y se hablaba sobre la situación política imperante, en un ambiente de intimidad, según contó Serra.
El filólogo Germán de Granda valoró esa “transcendental tarea cumplida” (la enseñanza), que buscaba “contrarrestar los efectos de la política lingüística haitiana en el ámbito educativo, por un buen número de profesores privados dominicanos que, al impartir deliberadamente sus clases en lengua española, aseguró, durante el período de la anexión al país vecino, la continuidad de la tradición hispánica...”.
En el convento también enseñaban latín, teología y otras materias. Se racionalizaba la historia universal comparándola con el estado del país: el contraste repugnante que presentaba la fuerza romana y la inteligencia de Grecia con la abyección de la antigua Española, bosquejado hábilmente por aquel profesor (Hernández) liberal y patriota, despertaba en los alumnos el sentimiento de su abatimiento revelándoles el secreto de una fuerza latente que antes no habían podido descubrir, agregó Félix María del Monte.
El historiador señaló que se hablaba libremente en el retiro de los claustros del convento Regina Angelorum sobre los derechos imprescriptibles del hombre, el origen del poder en las sociedades, las formas de gobierno, la índole de las constituciones, el sufragio de los pueblos, el principio legítimo de la autoridad y la soberanía de la razón.En sus “Apuntes”, Rosa Duarte, hermana del prócer Juan Pablo Duarte, aseguró que la clase de filosofía que impartía el sacerdote Hernández era más una junta revolucionaria que una sesión de estudios filosóficos.
Lo cierto es que Hernández, de profundos sentimientos hispanos, se vinculó con jóvenes distinguidos como los Duarte, Billini, Bobea, Mella, Llavería, Sánchez, Barriento y otros pertenecientes al bando antihaitiano, sobre los que ejerció influencia.
Los críticos del religioso han argumentado que Hernández era un pertinaz enemigo de los haitianos y que trabajaba para que la parte Este retornara al dominio de España, país por el que sentía un patriotismo profundo.